Al paso, Llanes (Asturias) y un recuerdo, el de aquel viejito al que, hace unos años, le compré unos preciosos cestos de varas de avellano. Su pueblo no debería de quedar muy lejos. El mapa lo confirma, así que me desvío un poco de la ruta Euskadi - Galicia y me voy a ver cómo están las cosas. Un pronto, que se dice. Tras montañucos y vallecines, Cangas de Onís y, un poco antes, el negocio de venta de artesanía a pié de carretera que regentaba el abuelo. Me paso, vuelvo, paro y, sentado al sol, allá está, sin inmutarse. Lo primero, una sonrisa, ya hay mucho dicho con eso. "Hace años le compré...". "Sí, pero ya no los hago, sólo me queda este viejo...".
"Vaya, que pena...". "Antes todos los hombres los hacían, ahora, nadie..." " Y usted no me enseñaría...?". "Sí, hombre, sí....". "Pues vendré más adelante..." "Pues tengo 87 años así que no tardes mucho...". Y la cabecita que se te dispara y la lengua que lanza un: "y si no es mucho pedir, ¿me podría enseñar esta tarde? Mire, yo me voy a comer un bocadillo por ahí, al monte, y de paso corto unas varas de avellano. A la hora que usted me diga vuelvo y nos ponemos. ¿Qué le parece?". "Bueno, pero sólo te doy una dirección que yo no lo puedo hacer ya!" . "Sin problema, usted dirige y mis manos hacen". "A las 4 pues. ¡Con 50 varas!". "¡Vale!". Y te comes el bocata a toda leche, y cortas las varas a más leche aún, y vuelves a las 4 sin resuello y con las cámaras a punto. Y comienza. Y aquel abuelito que hace un rato se te confesaba sin ganas e incapaz ya de hacer un
paxo, se arrodilla sobre una tabla, coloca las varas y empieza a tejer.
Y tu, por cumplir, y mientras le ametrallas a fotos y vídeo, le dices que te lo deje hacer. Y dice que después. Y después es cuando ya casi ha acabado el culo. Y tu no has dejado de asombrarte otra vez, pero de nuevo, de cómo de un viejo y seco tronco brota una ramilla verde, quizás al calor de lo que fue su actividad y vida. No sabemos nada.
Disimulo y tejo un poco. Sigue él: explicando, haciendo, sin distinguir una cosa y otra. Yo, dale que te pego, cámara, fotos, asombro, alegría.
Y termina el
paxo, y lo arroja de si, como hacen la mayor parte de los cesteros al acabar. Parece como si, una vez hecho, aquéllo ya no tuviera importancia, molestara incluso, y que lo bueno estuviera en el hacer, en el ir haciendo. ¿Metafora de la vida?
Otra sonrisa de Pepe. Jo! La tarde ha ido cayendo y apenas se ve. Abrazos. No nos conocíamos, no nos conocemos, tan sólo un momento juntos, el justo para hacer un cesto, y sonreirnos, y abrazarnos.