sábado, 20 de agosto de 2011

Senallas

Ciego amor, amor traidor,
no sabe querer
más que personillas,
máscaras de papel;
y las pobres cosas
por los desvanes del desdén
se mueren de falta
de amor y fe.

Así canta el coro de Rey de una hora (drama de Agustín Gcía. Calvo) la cegera del amor hacia las cosas. Y como otra más, las senallas, esas capachas de palmito que, en Mallorca particularmente, acompañan la vida cotidiana de la gente sin que apenas se les preste atención. Han sobrevivido al derrumbe de la cestería buena, a la imposición de la mala y continúan columpiandose de nuestros hombros, manos o bicis tan útil y desapercibidamente como siempre.

Y sin embargo
lo cierto es
que cuando el amor se apague,
cuando avance por tus huesos
la vejez,
no será ni él ni ella
quien te siga fiel,
sino acaso algunas cosas
que su pobre amor te den.


Continúa el coro cantando, y no sé si me estaré haciendo viejo o será deformación profesional pero el caso es que un día empiezas a fijarte en las senallas y a tomarles cariño: calladitas pero diciendo tánto, con esa belleza tan simple, siempre dispuestas a acoger lo que les echemos sin pedir esplicaciones ni reclamar nada para si, fiel compañera de todos y de ninguno en especial.

Y cuando una muerte quiera
tus párpados vencer,
lo último que veas
-piénsalo bien-
no será una cara
ni de ella ni de él,
sino en las cortinas rojas
polvo y luz arder,
sino sobre la mesilla
en un vaso
un clavel.


O una senalla sobre un perchero, quién sabe. Seguramente eso sea lo de menos.
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viernes, 12 de agosto de 2011

Las madonas de Capdepera

Huele a caricia esta luz ténue y cálida que ilumina el taller. Las hojitas de palmito relucen blancas entre las manos de las madonas: aquí se trenzan en llata (pleita), allá se hacen asa o cosen, al fondo descansan en senalla (capacha). ¡Qué gustazo entrar en este lugar y unirse al grupo! El calendario dice que hace un año desde mi última visita pero, perdido en el corro como otra más, no hay calendario que valga, aquí seguimos como si nada.Capdepera es una villa al este de Mallorca con una gran tradición en la cestería de palmito. Hasta hace unas decenas de años casi todo el mundo en Capdepera , y especialmente las mujeres, se dedicaban a fabricar una innumerable cantidad de objetos cesteros que después eran exportados a la Peninsula y más allá. Como todo lo que tiene que ver con la cestería, aquello empezó a decaer hasta llegar casi desaparecer. El vertigo de esa caída animó hace unos años a Mateu Melís (entonces concejal de cultura del ayuntamiento) y otros amigos a recoger y recuperar todo lo que se pudiera antes de que fuera demasiado tarde. Se realizaron entonces un montón de acertadas acciones entre las que hoy destaco la de volver a reunir a un grupo de mujeres mayores para que continuaran cesteando y pudieran enseñar a quien lo desesara. Pese a los sucesivos avatares, seis años después el grupo continúa reuniendose y reviviendo el placer de trabajar palmito. No faltan los pedidos y, diseñadores de diferentes partes del mundo, vienen aquí a encargar trabajos que dificilmente les harían en otro lugar con tánta destreza y calidad. Alegran cosas así.Las madonas se reunen habitualmente en el garage de Catalina Ferrer, una de ellas, y aunque todas conocen perfectamente las diferentes tareas que trae consigo esta cestería, a la hora de faenar juntas cada cual realiza una labor diferente.El corro es el eje y ya metido en él, a veces uno se sorprende embobado siguiendo las diferentes danzas que, en las manos de estas maestras, el palmito va ejecutando ajeno -o marcando el ritmo, ¿quién sabe?- al bailoteo de voces que acá y allá surgen, se apagan o guardan silencio.