Hay en el pueblo varias fuentes. Una de ellas, apartada, recogida y con el sólo nombre de Santa, acoge el recuerdo de otros sin más identidad cierta que la de santos: unos a quienes, érase una vez, cuentan que les cortaron allí las cabezas por no bajarlas ante el mandato de… Un mandato, qué importa cual. Dicen también, que la fuente obra milagros y en tal fe vienen de cuando en cuando los feligreses a implorarlos.
En ella, como en las otras del lugar, el agua mana de los misteriosos hondones de la tierra: no hay caño, no hay manantial a la vista, sólo el agua brotando incesantemente. Lavarte la cara y manos, escuchar, oler, incluso a veces ver, es un ritual que no obedece a nada especial, como amar, pero en el que te embebes cuando surge sin saber por qué o de dónde, como ocurre con tan benditas aguas. Un día tropiezas con algo, un rumor de fresnos, un trino de jilguero o el delicado esqueleto de una hoja y caes en la cuenta de que no hay mayor milagro que esos. Cumplido el ritual te vas. Como cada día. O eso crees.
En ella, como en las otras del lugar, el agua mana de los misteriosos hondones de la tierra: no hay caño, no hay manantial a la vista, sólo el agua brotando incesantemente. Lavarte la cara y manos, escuchar, oler, incluso a veces ver, es un ritual que no obedece a nada especial, como amar, pero en el que te embebes cuando surge sin saber por qué o de dónde, como ocurre con tan benditas aguas. Un día tropiezas con algo, un rumor de fresnos, un trino de jilguero o el delicado esqueleto de una hoja y caes en la cuenta de que no hay mayor milagro que esos. Cumplido el ritual te vas. Como cada día. O eso crees.