sábado, 16 de mayo de 2020

Perdida patria

No sabía dónde me había perdido de mí mismo. Daba una señal al interlocutor: A ver si puedes localizarme siguiendo la pista del último cesto que estaba haciendo, uno entre los que -todos inacabados- había en el lugar donde desaparecí. Ha sido entonces que la vigilia, soñándome despierto, ha dormido aquel sueño. Desorientado, me levanto de la cama y dirijo a la cocina únicamente por hacer algo: un camino trillado que, sólo con el resplandor de la farola que atraviesa la ventana, recorro sin necesidad de encender la luz. Súbitamente, bajando los peldaños de la escalera, caigo en que, de cierto, nunca he sabido dónde estaba. Más que nada porque no reconozco éste lugar en el que hay resplandor, escaleras, viajes transoceánicos o preguntas. En el fregadero, el lento goteo del grifo sobre un vaso lleno de agua inunda el silencio de la noche. Como algo sin hambre. Bebo sin sed. Regreso a la cama sin sueño y cierro los ojos. Un haz de luna ilumina el dedo adulto al que se aferra la manita del bebé dormido; el sabor de una caricia viaja hasta las entrañas de los labios; cierta escalera niega cualquier respuesta y sólo alcanza a preguntar... Imágenes, olores, sonidos que se suceden al compás de aquellas gotas en el fregadero; inacabadas sombras que aciertan a señalar mi perdida patria con la precisión del dardo que lanza una vieja cajita de música cuando se abre. Continúo durmiendo. 


No hay comentarios: