Rompe a la gata a dentelladas y, a un
grito, la arroja guiñapo al suelo. Repta rota en dos la espina, en
desesperado intento por huir. Su mirada verde, fuera de si. No
conoce, no entiende, no obedece su cuerpo atrás. Se detiene. Sobre
las baldosas dejada, agitada jadea. Más quedo cada vez. Estertores.
Se va yendo. Se va. Se fue.
Vuelve manso el can a su prisión con
el ama. En el pino alto, arrullan palomas, trinan jilgueros jugando.
Un silencio sordo pesa en la sala. Y pesa en la sala el trino de los
jilgueros jugando. Y un silencio sordo arrulla a las palomas; y
aprisiona al ama el can; y el alto pino hunde su copa en tierra y
rompe, el roto de la gata, la distancia entre mirar
y morir, verde y ver, fuera y de si.
En recuerdo de la Gati, trenza de
discreción, ojos verdes y bondad, en un mundo incomprensible.
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