Ves que no te ven y clavas la mirada en el ojo de ramas y luna ahí arriba para arrojarte a su poza. No sales indemne porque saltar no perdona, pero en soledad qué batacazo importa. Y encaramado en el tropezón de la noche, con lenguaje de tejedor -de yema de dedo a yema de vara-, dialogan manos y ramas, cruzan sangre con savia y se dicen lo que no entienden las palabras. Cada roce un olvido por recordar lo perdido y, en un destello de memoria lejana, ahí estás, respirando tierra, cosechando lluvias, exhalando aromas. Te recuerdas árbol, y oscureces.
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