sábado, 13 de noviembre de 2010

Pirineos

Y ahora, os cuento una de comando cestero en acción de recabar informaciones.
Como algunos sabreis, la Asociación Ibérica de Cesteros, a la que tengo el placer de pertencer más o menos, como todos los que en ella estamos (y digo más o menos porque parece que somos escurridizos hasta para eso), de cuando en cuando e inesperadamente, realizamos escaramuzas cesteras a fin de conseguir informaciónes, compartirlas, o hacer cualquier otra cosa que suponga pasarlo bien. Una vez realizada la 'misión', la asociación pasa a estado de letargo y cada uno por su lado hasta la próxima. Pues bien, la última acción ha sido recoger informaciones sobre cestería de los Valles de Aneu y de Arán en el pirinéo leridano. Hace un par de años llegamos a un acuerdo con el ecomuseo de Esterri para realizar estas acciones y en ello andamos.
Nada más llegar hicimos una incursión de muestreo en el Valle de Arán con resultados lastimosos: de cuatro o cinco cesteros que teníamos fichados en visitas realizadas hace unos años tan sólo uno quedaba en pie de guerra, es decir, vivito y coleando, los demás....+++++. Un revés que encajamos entre lamentos tomándonos unas cervezotas en uno de los baretos de Viella en tanto que la nieve y la noche comenzaban a asomar.

A la mañana siguiente nos dirijimos a Alós rastreando las huellas de otro cestero contactado este verano. La casa, al menos, seguía en pié....desde mil setecientos y pico, y parecía que desde entonces lo único que había pasado por ella era el tiempo: ni un asomo de reforma, pintura, etc., en su fachada, el edificio parecía abandonado. Hasta que después de llamar repetidamente, "¡Cisco, Cisco!", Francisco apareció en el balcón despeinao y con cara de pocos amigos. Tiene ochenta y tantos años, soltero, vive sólo y no parece tener costumbre de guardar formas ni dar explicaciones de nada a nadie; muy interesante. -Hola Cisco, ¿te acuerdas de nosotros?, veníamos a visitarte y a ver si nos enseñabas algún cesto y cómo los haces. Con palabras que os ahorro, Cisco nos dejó claro que no tenía ninguna gana de ponerse a contarnos nada; hacía frío aquella mañana y estaba muy agustito junto al fuego de su cocina. No nos dimos por vencidos, volvimos a contraatacar dando la tabarra y dorándole la pildora hasta que vimos cómo iba cediendo y, aunque receloso, bajaba hasta el portal y salía a contarnos cosas. Le habíamos traído a nuestro terreno y ahora no debíamos dejarle escapar. No hizo falta, Cisco comenzó a disparar explicándonos una cosa, luego otra y otra y otra y cuando nos quisimos dar cuenta ya había realizado los dos aros con que comienzan los cestos de costillas de la zona y estabamos subiendo al monte con él en busca de avellanos con que seguir trabajando. A la vuelta continuó con el cesto hasta la hora de comer, dejándolo interrumpido para cuando volvieramos a la noche.
-¡Cisco, Cisco!, volvíamos a gritar cuando llegamos a su casa. Una vez dentro pudimos comprobar cómo el aspecto externo del edificio se correspondía bien con el interno: tenue luz de bombillita amarillenta iluminando un sillón repleto de cosas incatalogables, paredes de color indefinible con muestrario de cuernas de ciervo apuntaladas con clavos, cocina con alacena de museo pero en uso y, al fondo del salón, un cuartito-cajón de paredes de madera ennegrecida donde un fuego encendido en el suelo abrigaba la noche de Cisco y cobijaba su labor cesteril. Nos sentamos alrededor de la lumbre y entre humos, explicaciones y regañinas, nuestro maestro va desgranando su saber cestero, mientras que nosotros intentamos atender a las primeras, reirnos de las segundas y disimular nuestro asombro y fascinación por el lugar donde nos encontramos y lo que estamos presenciando. Joan hace de fuerza de choque terrestre realizando las tareas de interlocutor y alumno. Josep, una vez distraído Cisco, se encarga de la artillería disparando rafagas contínuas de fotos. A mí me toca la aviación espía oteando todo lo que sucede y grabándolo en la cámara de video para posterior análisis documental: el comando se maneja perfectamente sobre el terreno. Las tiras de avellano, en tanto, han ido cerrando el cesto entre explicaciones del maestro y, cuando éste comienza a bostezar, entendemos que debe ser hora de retirarse.
Al día siguiente el comando se interna aun más en las montañas hasta llegar a Anás, lugar donde nos han informado de la exitencia de Angel, otro viejito que aún continúa haciendo cestos. ¡Bingo!, encontramos a Angel atendiendo a sus ovejas en un corralito que se asoma al estrecho pero esplendoroso valle entre montañones donde, sólo gracias al espíritu de misión que nos alienta, conseguimos que no se nos vaya el santo al cielo y mandemos todo al carajo. Árboles gritando amarillo o rojo en sus hojas, picachos de piedra retando a la fuerza de la gravedad, pueblos salpicados por laderas imposibles,.... ¡maldito espíritu misionero! Pero no, Angel es un cielo. Sonríe siempre, habla apenas. Sin mediar más palabras que la de las presentaciones y nuestro interés por sus cestos, coje unos avellanos, nos conduce al huerto y, sentado entre flores y repollos comienza a fabricar uno. Nos ha desarmado. Pululamos a su alrededor como mariposas despistadas entre tanta belleza, descargando nuestro armamento sin descanso: centenares de fotos, horas contínuas de grabación. Joan descansa hoy, Angel no demanda nada, tan sólo contesta breve a sus ocasionales preguntas. Al acabar el cesto, otra sonrisa y, como respuesta a nuestros agradecimientos, un escueto "adios". Cuánto dice un silencio bien dicho.
Breve incursión de cuatro días en la zona, suficiente para ir conformando unos conocimientos sobre su cestería. El avellano es el material rey. El paner y el bres, en sus múltiples variedades, sus cestos subditos y, en base a la técnica de costillas, al menos tres variantes registradas organizándolos. Los cesteros...., eso es otro cantar que sólo pobremente puede uno intentar entonaros aquí mientras me revolotean alrededor el recuerdo de la sonrisa dulce y sabia de Angel, o la mirada irreductible y brava de Cisco perdiendose entre las montañas.


2 comentarios:

Amparo dijo...

Gracias por vuestras exploraciones. Me desanimé mucho cuando me puse a buscar las construcciones que sirvieron para los modelos de mi tio (de los 80, 90). En Lugo, en pié, yo tan contenta, preparando trabajo alucinante; siguiente, en Palencia, construidas unas casas y tirado el palomar (cuando está prohibido), en Almería, ni rastro, si no por un cuadro pintado de lo que fué. Muy bien lo de a mal tiempo buena cara.

Carlos Fontales dijo...

Seguiremos explorando, aunque a veces sólo para descubrir ruinas...y cantarlas.