En el cobertizo de muros de piedra: suelo de tierra, paja, restos de virutas de madera y, alzandose de entre ellos, la escalera de madera que, con su falso escalón, hace las veces de caballete donde cepillar la madera. Un tejado de losas de pizarra y viejas vigas de castaño protege del cielo. Silencio de pájaros; la luz, a raudales, entra del sur. Uno puede imaginar pocos lugares más agradables donde ponerse a laminar madera.
El 'almacén', en los bajos de la casa-taller, como bodega pequeña y oscura donde maduran, blancas, las laminas de madera en silencio sin más.
Por fin, el taller, escaleras arriba, mezcla la barra, la tele y las viejas estanterías de la antigua cantina que fué con los cestos hechos o a medio hacer que allí se tejen en los días de invierno. Otra vez "el más hermoso de los revoltijos" * y, murmurando en él, un tumulto de lejanas voces que quedaron de cuando gentes, vinos, comidas y fiestas se reunían allí.
Pepe hace los cestos que hacía su padre, otros, pero los mismos, y nos cuenta cómo aprendió y cómo sigue en ello a ratos, para matarlos en los días fríos y porque la gente aún le pide algun mego para las castañas o el pan.
Y como cada año, yo también me repito: "Pepe, a ver si este invierno me vengo unos días contigo para que me enseñas cómo haces y de paso te pueda hacer unas fotos y grabar un vídeo". En fin, uno de estos inviernos.
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2 comentarios:
Jo, es un texto precioso, espero un nuevo libro tan íntimo y particular.
Gracias, Amparo. Hace años que me ronda la idea de escribir otro libro sobre cestería lo que ocurre es que no se me dan las condiciones para poder hacerlo. Otra cosa es que el resultado reuniera esas cualidades que dices. De momento, seguiremos con esto del blog que es más fácil.
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