jueves, 4 de febrero de 2021

In memoriam

    
La nave se hunde, y nosotros discutiendo acerca de su carga. 
San Jerónimo

Lluvias y soledades compartidas han vuelto a ser la horma de nuestros encuentros cesteros, Antonio. Y no es que a ese recuerdo tuyo al que convoqué en forma de curso le faltaran amigos dispuestos a venir. No, la mayoría de las ausencias fueron obligadas. Te cuento, así a lo mayúsculo y gordo, lo que por estos pagos pasa evitando superficialidades que distraen: como tu ya estás fuera de esto, el árbol no te oculta el bosque. 
Pues mira, que de un año para acá vienen aterrándonos a troche y moche con el último advenimiento del Maligno. 'Virus' lo llaman ahora, pero da igual, ya sabes, las cosas cambian -al menos de nombre- para seguir siendo las mismas. Resulta que, como al Señor de este mundo no se le ha ocurrido nada mejor para renovar su Ley -ya in extremis-, acude a lo de siempre y con lo de siempre: al Mal y al Miedo. Al Miedo, claro, con apellidos: miedo a la muerte... por el Mal; al prójimo... por simiente de Mal; o al palo (económico)... por obedecer mal. Y con todo esto, vuelta también a su viejo conjuro contra tan 'telúricas tinieblas': 'Lo bueno es malo, lo malo es bueno. Sin vida quedas para que no mueras.' Consecuencia de lo que te cuento: orden de clausura en nuestras particulares celdas y a escuchar sólo su voz, la del Señor -cualquier otra que la contradiga es enmudecida, ridiculizada o anatemizada, no hay novedad tampoco en esto-, que hace descender a golpe de ondas, pantallazos y voceros, desde los cielos y las cumbres de cualquier monte Sinaí. Aterradora Palabra sí, pero también presta, cómo no, a conceder la salvación a través de la Fe: en Él y en los Doctores que guían el rebaño de su Iglesia -la oficial- ahora llamada Ciencia -idem de lo anterior-. Y en estas andamos, Antonio, que ya no solo juntarnos, sino que ni el disfrute de respirar el aire libre nos quieren dejar. 



Escríbete una carta,
cuéntate tu desconcierto.
Uno es ninguno,
Dos ¿somos cuento?

En fin, no te voy a aburrir más cantándote las desgracias que nos toca vivir a los actuales, bastante tuviste tú y los de entonces con las vuestras. Y además, que mira, te cuento: aunque pocos en el taller, lo vivimos mucho. Les hablé de ti, de nuestras incursiones en el bosque a rapiñar varas de avellano, de las tardes rajando madera a la penumbra de tu gran lareira, de cuando cesteábamos  bajo la sombra de las ristras de maíz del tallercito de la puerta azul...
 

¿Recuerdas cómo pacientemente fui grabando películas de todo eso y de más que hacías? ¿Aquellas imágenes que te mostré en las que asomaba tu mirada pícara, o esa sabia sonrisa que de soslayo a veces esbozabas? Pues que se las proyecté en video y así, en la lejanía, te tuvimos cerca, tanto que hasta casi que te tocamos, olimos el fuego de la chimenea o acariciamos tu voz cuando respondía aquello de, Seica estamos dous no mundo -parece que estamos dos en el mundo- a mi pregunta de por qué no te molestaba que acudiera tan a menudo con mis aprendizajes. Pues sabe, querido amigo, que ya no fuimos dos solamente y que de buena gana más se hubieran reunido en torno a ti para seguir cesteando a tu manera: buena, fina sin refinamientos, de apropiado temple, tempo y madera. Por si no los viste y te da por echar un vistazo, aquí van algunas fotos de los cestos que tus nuevos amigos tejieron. Salud para ti, Antonio, de la de verdad, no de la que sabe de enfermedad y muerte sino de la que ni de sí sabe.









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