Antonio siempre fue cestero,...y cazador trampero (como los de las pelis del Oeste), y matarife, y vaquero, y currante en Gijón, y quién sabe cuántas cosas más. Ahora está jubilado de todo eso pero no de los cestos, que aún le va pegando a los ratos. ¡Y gracias!, porque como él ya quedan muy pocos. ¡Qué buen cestero!, de los que no miden el tiempo. Cada cesto, una obra, no otra.
Sonrisas y abrazos. Sin más, va al grano:
¡Vamos, que hay moito que facer e temos que ir lonxe! Monte arriba a pié, marchamos a buscar varas de avellano. El bosque poco a poco se tupe y humedece; agua por el camino, por todas partes. Lluvia de hojas de cuando en cuando y, por los rincones, rodales de avellanos.
¡Hay que cortar as que son delgadas pero vellas! Mira, esta é vella, pero viciosa. Se detiene pensando en lo que ha dicho, me mira y suelta una carcajada.
Dejamos caminos y trepamos monte a través para seguir buscando varas. ¡Es la selva!, y yo encima con las cámaras estas de grabar lo imposible. ¡Cuánta torpeza! En fin,...llevamásahiaese, que dícen que decía mi abuelo, con una punta de desengaño, ante lo que es mejor no analizar demasiado y dejarlo estar.
De vuelta a la aldea, es hora de comer.
Y a la tarde toca cueva.
O lo que es parecido, la grande, vieja y oscura lareira en cuyo horno calentaremos las varas. Porque es costumbre de Antonio 'cocerlas' al fuego antes de rajarlas para hacer las tiras -
os malletes- con las que tejer los cestos.
Si as quentas son mais dóciles e duran mais tempo.Humo, y del roto en el muro ennegrecido donde se abre el horno, el fuego brotando en luz y lametazos sobre las varas que, paciente, sostiene Antonio atravesadas contra las llamas para que no se quemen. Hay que revolverlas, una, otra vez, según tiempos que determina el saber, no el reloj. Ya están listas; salimos de la 'cueva' ...a otra. Es noche, resulta que se nos ha pasado la tarde sin darnos cuenta. ¡Mañana seguimos, Antonio!
Toca hoy hacer un cestiño. Pa que grabes como se fai, chega ben.
No os lo he dicho, he quedado estos días con Antonio para grabar y fotografiar una vez más desde que le conozco -¡y debe de hacer lo menos quince años!- el proceso que sigue para hacer sus cestos. Bueno, esta vez quiero hacerlo con un poco más de 'orden' y concierto.
Así que, al taller. Es decir, al curruncho bajo la casa donde, entre patatas por el suelo, mazorcas de maiz colgando de las vigas, nueces, cebollas, extinto mueble quesero, cuerdas, bolsas de plástico e infinitas otras cosas innombrables pero que andan por allí, se hacen sitio el caballete,
las herramientas cesteras y Antonio. El sol, como no ocupa, coloca sus rayitos a través de la puerta y nos alegra el trabajo de buena mañana.
Una vez armado, el cesto comienza a girar. Y a girar, tejiendose, los malletes, las manos de Antonio, la silla huyendo del sol de mediodía, él con ella y yo con los dos; las ruletas de mis cámaras, las sombras, las manillas del reloj que no llevamos y, finalmente, el hierro candente que agujerea el cesto y abre hueco a las tirillas de avellano que lo rematarán. 'Casa Xoque', queda grabado al fuego sobre el asa, firma con 'logo' familiar que viene desde sus antepasados y que da por finalizado el cesto.
Se acabó por hoy, otra vez se nos ha echado la noche.
¡Antonio, que nos queda aún para otro día ir a buscar algún salgueiro, calentarlo, rajarlo y labrar las costrelas!Eso, para otro día; responde en la despededida.
Paras el coche en la mitad de la montaña y te bajas abrumado por lo que vas viendo. Esta vez del tortazo surgen estrellitas: allá arriba, sin fin, con aroma a bosque que enfría; allá abajo, enfiladas e iluminando callejuelas de aldea, huelen a humo y chimeneas.