Una caja de cartón enorme llena de latas de cerveza vacías ocupa el banco donde Dani se sentaba a cestear. Cerca de 60 años haciéndolo. “Estos botes son del verano pasado. Pero no me los he bebido yo sólo, eh!” En la esquina, ahora muda, permanece su inseparable radio.
He venido a Baños de Montemayor con mi amigo Raúl a visitarlo y a llevarme su máquina de labrar madera, ya no la va a necesitar más. Tampoco el martillo o la navaja con los mangos envueltos en cinta aislante negra, sello de la casa. Me los da. Como me da el macho donde claveteaba el remate de las cestas o el burro y la plana de cepillar el castaño. Que me los lleve, dice, que me lo lleve todo: los hierros de ‘pintar’, la mesita amiga del cajón cojo donde guardaba las navajas y tejía, los viejos moldes, las bisagras nuevas, el rajador. Todo.
-¿Y tus chicas de calendario, Dani?
Sonríe.
- También, llévalas, arráncalas de la pared.
Y al hacerlo siento que voy dejando desnudo su cielo de unas estrellas que sabía inalcanzables pero velaban su soñar.
- Dani, ya sabes que todo esto es tuyo, que si algún día lo necesitas yo te lo vuelvo a traer.
- Que no, que se acabó. ¿Quién me lo iba a decir a mí? Siempre pensé que seguiría haciendo cestas toda mi vida, que eso era lo que quería y, ya ves, de la noche a la mañana me enfermo, me quedo sin fuerzas… Con lo animal que he sido yo, con lo exagerao pa´to. Venga machote, iros ya.
- Para la primavera te vengo a buscar y nos vamos unos días a mi pueblo para que me enseñes a pirograbar. Y a utilizar bien la máquina. Y…
- Venga, que os vayáis ya.
Y las alegrías, las penas, los recuerdos habidos y todo lo que no ha sabido expresar en su vida pareciera agolparse en las lágrimas contenidas de su rostro diciendo adiós.
Viajamos de vuelta. Repentinamente, la imagen de un dedo, el dedo pulgar fuerte y preciso de Dani pulsando una vergancha en un costurero a medio hacer, surge de no se qué oscuro pozo de mi memoria reflejándose imposible tras el cristal de la ventanilla. Un dedo que es mano, brazo, tallercillo donde el cestero charla con el vecino, bebe cerveza, teje cestos sin cesar hasta que, desde este lado del cristal, la imagen del que ve se va imponiendo sobre lo visto. La radio acaba por desvanecer aquel no sitio, su voz reina y entre su monserga entusiasta atisbo palabras como ‘premio’, ‘innovación’, ‘artesanía-diseño'... Y el nombre del elegido de turno como merecedor de la fatua gloria que se otorga al buen servidor de un rey desnudo.
No hay oropel ni fuegos artificiales para los ignorados como tú, Dani. Como debe de ser. Pero, contra la inmortalidad de su nombre que aquellos ansían, hay otro premio que sólo al anónimo le puede ser dado: el de la imposibilidad de morir. Así que, a hurtadillas me cuelo tras el cristal para susurrarte esta declaración:
Yo, que no soy nadie y a nadie represento, le otorgo este premio que no existe y por tanto nunca antes nadie concedió a nadie, a Dani, un don nadie cuyo nombre sólo es una manera de encubrir su anonimato.
Ahora, aquí, en un tiempo y sitio sin fecha ni lugar.