Hay personajes cuyos rasgos se trazan entre los surcos que dejan un no tras otro. El Babu es uno de ellos.
Unas viejas moreneras* en la tabernilla de la islita donde has ido a pasar el día anuncian la primera línea. La camarera no sabe decirte quién las tejió, sólo que fue alguien del lugar. No encuentras nativos por el diminuto puerto que te puedan informar. En el restaurante playero donde comes, el camarero dibuja otros detalles:
- No, ya no queda nadie en la isla que siga con esas faenas antiguas. El Babu fue quien hizo esas nasas pero murió el año pasado.
- ¿El Babu?
- Así le llamaban. Un viejito que sabía de todo eso. En su casa quedaron muchas cosas de las que hacía.
- ¿Y se podrá visitar?
- No vive nadie en ella. Su mujer se fue de la isla.
- Vaya, que lástima.
- Era un personaje muy conocido aquí. Toda una historia. Cuando murió, el pueblo entero fue al entierro. Le pusieron una tumba muy bonita en el cementerio. Ahí se le ve haciendo esas cosas.
- Ah, pues iré al cementerio.
- No sé si estará abierto, pero ve.
Bajo un sol siestero de verano recorres a pie el árido camino que atraviesa el sur de la isla hasta llegar al camposanto. El candado está echado. La vieja verja veta el acceso a cualquier otra información. En el horizonte, sobre un mar de noes, tres estelas son suficientes para trazar los rasgos del personaje: unas antiguas nasas; el Babu, un nombre que no es nombre; y la memoria colectiva de su sabiduría popular.
*Nasas para pescar morenas.
Analisi della società del benessere
Hace 1 año