Torbellinos, inaugurada el pasado mes de diciembre en el Palacio Quintanar (Segovia) y que estaba previsto se expusiera hasta finales de enero, continuará mostrándose en el mismo lugar al menos hasta finales de febrero.
Pronto, el mismo Palacio editará un catálogo acerca de esta obra y otras que, aquí y allá, he ido realizando. Para los que no tengáis oportunidad de haceros con él y os interese, pinchando aquí podréis ver las fotos que incluye. A continuación, el texto que las acompaña:
Es como caer en un río y dejarte llevar por las aguas.
Un día, al paso, te fijas en alguien que, al borde de un riachuelo, hace algo con unas varas de las que por allí crecen. Te acercas, observas cómo sus manos van ordenando y entrecruzando las ramitas hasta conseguir tejer un cesto. Tiene su magia la cosa y pides que te enseñe. Embebido en la tarea no te percatas de que el cauce del río ha ido creciendo y que te está arrastrando con él. Es agradable, no luchas, te dejas llevar. En la travesía van apareciendo otros personajes, otras manos, otras plantas, otras maneras de emplear éstas y aquéllas con el fin de construir no sólo cestos sino infinidad de artificios: graneros, naves, cantimploras o alpargatas. A veces, las corrientes te aproximan a esos tejedores y con el roce, algo de su sabiduría se te va quedando impregnada. Flujos imprevistos conducen también a otros hacia ti y consiguen que, del mismo modo, se lleven un poco de aquéllas artes consigo.
Continúa el viaje. Aligeras equipaje. Sólo se aprende desaprendiendo; sólo se hace deshaciendo. El río es maestro en ello y va desembarazándote de creencias y ataduras. El agua trazando remolinos te ha ayudado, en esta ocasión, a descubrir que unos mimbres tejidos y lanzados al cielo pueden ser un torbellino.