Es un gustazo llegar a un lugar donde tienes un amigo y volver de él con 12 o 13 más gracias a los cestos. Iker consiguió organizar un curso en Igorre (Vizcaya) y saltó la sorpresa cuando a los pocos días de anunciarlo ya tuvimos que cerrar el cupo porque no había lugar para más de 10 o 12 alumnos y el número de interesados se había disparado. La intención era iniciar a los asistentes en la cestería de láminas, probablemente la más generalizada en Euskadi pero que en la actualidad está desapareciendo como en todas partes. No está mal, pensaba, lo de resucitar muertos, o al menos agonizantes, aunque no sea más que para fastidiar a quienes los tenían sentenciados, en este caso nadie en concreto sino un mundo que se empeña en eliminar cuanto no se traduce en monises.
Empezamos por sacarlo de la UVI con la proyección de un video en que intentamos revivir, a través del trabajo de un cestero tradicional, el proceso de elaboración de estos cestos desde el principio, es decir, desde que se va al monte a cortar la madera. La tecnología encargada de realizar esta primera terapia de choque a través del recuerdo, el proyector y el ordenador, nos la jugó un poco al principìo (tal vez estaba compinchada con el enemigo, al fin y al cabo la ha inventado más o menos él) pero con un poco de paciencia aprovechamos su hartazón de tanto ordenar y ser ordenada para llevarla a nuestro terreno y que nos ayudase en nuestra actividad subversiva. A mi me parece que al final se lo pasó bien y que cualquier día deserta y se pasa al bando de los desordenadores sin proyección.
Una vez despierto y desentubado el agónico, pero aun en la sala del hospital, vino la cariñosa tarea de desentumecerle las carnes con agüita fresca: la madera de castaño comenzó a volverse flexible y moldeable, revivía. Continuamos por reconstituirle el cuerpo entretejiendo primero la estructura de las costillas para pasar después a tejerle finamente las tramas que dan forma al cuerpo. Cesto comenzaba a recuperar forma, asomaban destellos de sonrisa entre las grietecillas de su entramado. Buen momento para dejarle descansar y coger fuerzas hasta el día siguiente entre los brazos de su buena amiga agua.
Nos lo encontramos a la mañana siguiente fresco, dispuesto a ponerse en nuestras manos para dejarse acabar de reconstruir. No había que precipitarse así que, con calma y tacto, haciendo y deshaciendo cuando era necesario se le fueron dando los retoques apropiados para que pudiera abandonar el hospital. Nueva noche en agua, necesitaba su abrazo.
Y al tercer día resucitó. Sí, el aire libre, el sol, el viento, el fuego, las nubes le esperaban y fue una alegría llevarnoslo al campo y pasearle entre todos ellos mientras le imprimían su toque final. Corre libre cesto entre las manos de los amigos que lo volvieron a la vida buena, entre los corrales, huevos, cocinas o pajares por los que viaja y viajará como siempre hizo. Lo hemos pasado bien, cesto nos ha enseñado mucho, al fin y al cabo, como él, nosotros también somos cosas entre las cosas y su revivir es el nuestro. Qué curioso, uno se encuentra de pronto con que hay días agotadores que no cansan y encima, para mayor alegría y sorpresa, uso a la noche para soñar y no dormir.