Cesar- ¿Cómo dices?
M- No, murmuraba; no sé muy bien. Los gorriones despertaron mi sexo cuando era un niño y ése que se encarama al chopo me ha despertado el recuerdo al cruzársenos volando. No sé por qué he asociado con…
C- ¿Pero qué bicho t’ ha picao para decir esas chorradas tan temprano?
M- Pues eso, un bicho. O mejor: un monstruo. Esta noche he vivido mi monstruo y aún barrunto el descoloque que su paso me ha dejao.
C- Será mejor que saque el termo y nos tomemos un café. O dos. Tampoco hay prisa por llegar a la mimbre.
M- Te voy a leer lo que he escrito al despertarme.
C- Si no hay más remedio.
M- Ahí va:
Esta noche he vivido mi monstruo. Irrefrenable, ajeno a bien y mal, libre, rebosante de vida se lanzó por el espeso bosque de tiniebla que se abría a su costado. Una feroz y difusa desazón interior ha explotado tras golpear contra mi como el preso que no soporta su cautiverio lo hace con las paredes de su celda. Esta noche he vivido mi monstruo. Desde dentro, sin pedir permiso, ha hecho palpitar y henchirse de bruta vida cada uno de los rincones de mis carnes hasta reventar su conformación. Ahora, la estela de su paso destroza sin contemplaciones cualquier idea que pueda hacerme de él y de eso que llamamos vida. La suya es mi muerte, la de cualquiera. Toda creación social o particular de orden sólo obedece al miedo de vivir….
C- ¡Para, para tío que me va a dar algo! Nada de picotazo, más bien debe de ser el muerdo de alguna fiera porque todo eso suena a historia de hombre-lobo o cosa por el estilo… Que, por cierto, de paso se habrá zampao al gorrión, no?
M-Ríe, ríe…Es que mira, en algún lugar muy secreto no están separados: el monstruo, los gorriones, eso que llamamos deseo sexual como sabiendo lo que decimos… El hondón donde ternura y crueldad se confunden a veces deja escapar un rayo de oscuridad que alumbra y desvela la cárcel en que estamos cautivos. Así terminaba el escrito.
C- No entiendo mucho, chaval, la verdad.
M- Yo tampoco, no te creas. Tal vez ni se trate de eso.
C- Bueno, menos mal que ese monstruo, como tu le llamas, sólo es un sueño. Qué terrible si fuese real.
M- ¿Un sueño? ¿Terrible para quién?
C- Pues para ti, para mí, para cualquiera. Además, eso que dices del orden…, ¡Sería la barbarie en el mundo!
M- Déjate de barbaries, ¿te parece pequeña la que tenemos? No fantasees con cosas que nadie sabe.
C- Pero tu lo escribiste: “su vida es mi muerte, …”
M- Ya, y entonces se pregunta uno quién es ése que moriría.
C- Pues no cuesta mucho hacerse una idea.
M- … y no ir más allá. A lo mejor ese es el problema: que hacerse una idea evita pensarlo.
C- ¿Qué es eso de ir más allá? Pues claro que me hago una idea, qué si no… Y tu otra; cada uno la suya. Y todas respetables, que se suele decir.
M- Ninguna respetable.
C-¡Tu si que eres un monstruo! ¿Cómo que ninguna?
M- Deja eso ahora. Escucha: Un bicho indómito y desconocido cuya monstruosidad es acabar con otro doméstico y conocido que hace monstruosidades. ¿Qué te parece?
C- Oye, que ese ‘doméstico’, como tu dices, también hace cosas guapas.
M- Claro, cómo no, quien hace unas por fuerza tiene que hacer las otras, esa es su condena…
C- Pero tu…, yo…, somos buena gente, no?
M- Bah, qué importamos tu o yo. Se trata de la tribu esta en la que estamos metidos. ¿Quién se considera en ella malo? ¿Quién no encuentra justificación en lo que hace?
C- Eeee, vale, ya hemos llegao, fin del camino. ¡Ale, mira! ¿Querías gorriones? Pues ahí tienes una buena bandada.
M- Tan esquivos…
C- Sí. Igual eso es lo que despierta el deseo, ¿no?
M- O igual es el deseo mismo.
C- ¿Llevas las tijeras?
M- Sí, claro.
C- Pues píllalas, dobla el espinazo y a podar. Verás como así se nos pasa lo del monstruo ese y sus monstruosidades. Pa mí que todo eso que contabas es mentira, un rollo que t’ has inventao.
M- ¿Y si fuese así? ¿Acaso es falso todo lo que se diga mintiendo?
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