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Sí, se acabó.
¡Pero lo pasamos tan bien, que os lo canto!
Con el roce empezaron a surgir las amistades, los cesteros de norte y sur acudieron al lenguaje de las manos para entrechocarse técnicas, al de la cara para arrimar sonrisas y al de los ojos para expresar con las miradas lo que con el idioma no podían. El público, al paso, se contagiaba y unos y otros, cesteros y paseantes, descubríamos entre cestos, varas y herramientas, manos, ojos y sonrisas que nos recordaban que este tipo de cosas nunca se pueden dar por descubiertas.
Los cursillistas no querían acabar, tampoco los demostradores y menos aún cesteros como Enrique Táboas que, con tantos conocimientos y amor por su oficio, podría pasar días enseñando y contando cosas a los que se le acercaban. "¡Enrique, qué son las diez y ya se han ido todos!", le grito mientras continúa rodeado de interesados.
Lamentablemente la técnología punta dió la nota despuntando por su torpeza y nos dejó sin el sabor de los colores de las preciosas fotografías con que Anna-María Väätäinen acompañó su conferencia. Pero ella tuvo carácter y temple suficiente como para sobreponerse al contratiempo.
Después llegó la despedida con sus agradecimientos y la emoción que respiraban. De nuevo, público y cesteros sobrecogidos por el momento.
Dicen que no hay dos sin tres, pero nada se ha dicho de tres sin cuatro, así que tres y no más Encuentros de Cestería para este cantante. Porque amigos, cantar es una cosa y contar, otra.
Se acabó, sí.
En la foto: Antonio Rodríguez y Pertti Junninen