miércoles, 18 de marzo de 2020

Pestes

Pues ya que las alarmas virales de las instancias superiores no nos permitieron celebrar el curso acordado para el fin de semana pasado, y continuar con ello las enseñanzas de técnicas esparteras tan interesantes como lo son el recincho y el recinchillo, justo será, en contrapartida, aguarle un poco la fiesta a ellas. Así que, aunque sea desde la impotencia que nos alimenta a los de por acá abajo, y a sabiendas de la poca o nula eficacia que la siguiente denuncia pueda tener sobre su poderío, valga aquello de que "es amarga la verdad / quiero echarla de la boca" para ensayar aquí con unas líneas, si no a decir la verdad de la verdad, tal vez sí algo de la verdad de la mentira, ésa que intenta encubrir qué son y para qué quieren servir las pestes. Valga para lo que valga, que diría mi Maestro. 

PESTES


Y fue entonces que el Señor, viendo derrumbarse el mundo que había creado, quiso impedirlo. Presto a ello, ordenó el envío de nuevas y sucesivas pestes –todas la misma pero cada cual más aterradora- que ya solo con su nombre atemorizasen a las gentes y las pusiera en disposición de obedecer mansamente el cumplimiento de su eterna pero renovada ley.
Reyes y sacerdotes -vicarios del Señor en la tierra- fueron los encargados de anunciar la llegada del mal y disponer las cruzadas que con él acabarían. ¡Apartaos de los semejantes, en vuestro ser el fruto y la semilla de pestilencia! ¡Encerraos, echad la llave de vuestras casas y estad atentos a nuestra palabra! ¡Unidos todos por la separación venceremos al enemigo! ¡La desobediencia pondrá en peligro vuestra vida y la del prójimo: vigilaos los unos a los otros! El sacrificio tendrá su recompensa. Tened fe y seréis salvos.
Y el Señor vio que los más creían. Y se complació.


La imagen superior corresponde a una miniatura de un libro de oraciones del siglo XV. El papa Gregorio I conduce una procesión alrededor de Roma, para pedir el fin de la epidemia de peste.

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