domingo, 6 de diciembre de 2020

Seronejas

Siete años, me decían el otro día, habían pasado desde que nos juntamos Vene Sagrado y yo para hacer unas seronejas. Reconoces, por recordatorios como ése, la trampa que tiene contar el tiempo: ancla en fechas de calendario y convierte en historia -o al menos es su intención- hechos que continúan vivos en ti y que tienen la capacidad de seguir removiendo pensamientos, sentimientos -y vaya usted a saber qué otras cosas- en manera seguramente más insospechada de lo habitual, por cuanto menos sujeta a la voluntad de uno. 

Nunca había hecho unas seronejas, ni tan siquiera las había visto hacer, así que Vene tuvo que agenciarse unas viejas de su pueblo para que pudiera estudiarlas. La pieza consistía en dos cestazos unidos entre sí por un puente que servía para acomodarlos a ambos costados del lomo de un animal de carga: mulo, burro o caballo. Los canastos eran de hechura castellana tradicional en mimbre, así que la atención la dirigimos sobre todo al ensamble. 

Palizón por parte de Vene, que se las curró en un fin de semana con la puntual ayuda de mi amigo Raúl o mía. Quedaron bien, tanto que lograron pasar el despiadado examen de dos viejos labriegos del lugar licenciados en 'seronejologia'. 

Según me comentaba el otro día Vene, aún no han sido usadas pero la intención de hacerlo algún día sigue ahí. Alguien dirá que fabricar o usar unas seronejas hoy día es algo anacrónico, y probablemente tenga razón si su tiempo no es otro que el que se mide y cuenta. Pero si no es así, si aún le palpita ese otro indómito, que no entiende de pasado, presente o futuro, entonces...





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