lunes, 23 de septiembre de 2019

Entre Orbey y Lichtenfels

En el avión te embobas con el envés de las nubes y te asalta el pensamiento de que quizás padre ya no tenga necesidad de ser, ni estar en, nada en concreto. Vas de vuelo, de nuevo te han invitado a hacer algo en tierras lejanas. En primer lugar un curso, una exposición y una charla en Orbey, pueblo alsaciano que cada dos años celebra un encuentro en que convidan a una de esas quimeras que llaman patrias a presentar algo de su cestería. En esta ocasión le había tocado a España. Desciendes y vuelves atrás: los bosques, la configuración de las montañas, el verdor de las tierras te retroceden a las del interior de Lugo y a aquél que fuiste allí, es como un estrabismo vital que ni pretendes entender.
Reencuentro con amigos, conocidos y 'saludaos' -como dice mi amigo Joan- durante los tres días que dura el evento. De entre los sucesos dignos de anotar aquí, vaya éste: cuando los niños entran a ver la exposición de cestería que has traído y se dan cuenta de que hay una pantalla en la que se proyectan vídeos de abuelos haciendo cestos, dejan de prestar atención a las piezas y caen hechizados por el quehacer de las manos de los cesteros. Les cuesta a los adultos arrancar a los críos de su descubrimiento.
Un gustazo haber disfrutado de la hospitalidad de Sabine y Jean Paul, organizadores del evento, que nos hospedaron (a Antonio Rodríguez, su compañera Mari y a mí) en la enorme casa de granjero alsaciano en la que viven. Las vistas desde allí, además, eran impresionantes.

A Lichtenfels treneas: no es mucha la distancia desde Estrasburgo y por suerte aún hay ferrocarriles normalitos en los que desplazarte y mantener una conversación interesante con algún otro viajero.
-¿Ve usted las nubes?- preguntas en el inglés que puedes al desconocido con quien compartes asiento.
-Of course!- contesta.
-Pues unos días atrás yo las veía al revés.
-¿Se puso usted cabeza abajo? Yo lo hago a veces.
-No, fueron ellas las que estaban así.
-Interesante.
-Aunque, bien pensado, es imposible, las nubes no tienen cabeza, no?.
-Mmm, no, no a deben de tener, y si la tuvieron la perdieron. Será por eso que...
-... están en las nubes.
- Exacto. Ni arriba, ni abajo...
-Qué suerte.
-Sí.
El vecino limpia sus gafas y dirige la mirada hacia su libro, ahí termina nuestra interesante charla. Ya ves, padre, tampoco las nubes se concretan mucho, rumias según vas dejándote dormir.
En Lichtenfels nos han llamado a Joan Farré y a mi para hacer una instalación, que es como llaman a estas cosas. Se celebra el 40 aniversario de la feria cestera que se organiza aquí cada año y lo quieren festejar. Además de nuestro 'equipo', está el de Jette Mellgren/Jan Johansen y el de Tim Johnson. Tres estudiantes de cestería por grupo nos ayudarán en el trabajo. Con nosotros se han apuntado Nora, Gundel y Marie Louise. A las dos primeras ya las conocía porque estuvieron en Caballar hace un año para recibir un curso de esparto. Decir que fueron excelentes estudiantes es poco y la prueba, si es que hacía falta, está en cosas como esta: Nora presentaba esos días su colección "Caballar": magnificas piezas hechas en técnica de recinchillo, una de las que aprendieron en aquélla visita.
Joan y yo teníamos sólo una idea aproximada de lo que haríamos, es costumbre de la casa. Empezamos con ello y, sobre la marcha (error-acierto, acierto-error), fuimos construyendo algo que se asemejaba a lo previsto. Como suele suceder, una vez acabado cambiarías algunas cosas, casi que construirías otras piezas a partir de lo descubierto. Pero no se puede, el tiempo se ha cumplido. Queda aquella nueva instalación que harías, irrealizada, viviendo en ningún sitio en concreto. Verdad, padre? Aquí van algunas fotos.