- Mira -el bruto y encallecido pulgar derecho que me muestra tiene un profundo corte que le recorre a todo lo largo del dedo-. Me clavé el otro día una astilla y al final tuvo que sajármela el médico.
- ¿Cómo fue? ¿Rajando madera?
- Claro.
-¿Cuántos días llevas?
- Unos cuantos ya. ¡Y lo que me queda! Este año tengo más de dos arrobas de castaño.
Fotos, video, conversación: toda la mañana grabando su bárbaro trabajo abriendo madera.
- ¡Tómate una cerveza con nosotros, Andares!
El vecino dice que sí pero su mujer no le deja. Se lo lleva.
- Ves, eso es estar casao. Vamos a tomarla nosotros.
Un botellín son media docena para él. Y tres o cuatro cigarros seguidos.
- Cómo quema la cabrona de la madera.
- ¿Y hay que rajarla según sale del horno?
- Claro, si no, abre peor. No veas el tirón que hay que dar, así que si se enfría no te digo ná.
El volumen de la radio, permanentemente encendida, destroza los tímpanos.
- Es que soy un animal. Pa´ tó soy igual. No tengo medida. Vámonos a comer.
Antes, aperitivo y otros cuatro o cinco botellines que bebe como agua. Invita a cualquiera que llega al bar, incluso a los camareros.
- ¡Tómate algo!
- Pero si no me apetece.
- Tómate algo o no te pago.
La dependienta sonríe y bebe.
Hay silencio en el comedor del restaurante. La gente, así como muy fina, habla bajo.
- ¡A ver jefe, viene p´acá o qué!
- Ese está bebido -se dicen los comensales con los ojos-.
-No son muy cariñosas las miradas que te están echando, eh!
- Bah! Que yo ya m´he muerto y sé quién m´ha llorao!
Insiste en levantar la voz y ser un pelín faltón con el camarero.
Su mirada se clava en la mía y lo dice: estoy provocando. A nadie. Probablemente es sólo algo contra la sangrante falsedad de este mundo.
- ¡Vamos, hombre!
Tras su despectiva mirada en nuestra dirección, ufano, el papá de la mesa de al lado, transmite al churrumbel toda su sabiduría. El es adulto, sabe, tiene convicciones y aprovecha la vehemente admiración del nene por ese tipo de ahí arriba que es su papi para hacérselas tragar. Las dudas y contradicciones que toda esa seguridad alberga que se las coma el chaval como pueda hasta que, él mismo, se deshaga de ellas pasando el testigo a su futuro vastaguito.
- Parir es la experiencia más profunda e importante de la vida. -Le suelta la mamá a su amiga, acompañando la frase de la habitual mirada perdida en un mar de sentimiento barato y autocomplacencia-.
- ¿No vas a comer las patatas?
- No
- ¿Ni el tomate? Échamelo a mí.
Y más, y más vino.
- Porque trabajo sentao y me pondría demasiao, si no, podría seguir comiendo sin parar. Qué animal soy. ¡Trae unos chupitos!
Y tras esos, otros. Invita él, pero pago yo porque ya se ha fundido todo el dinero que llevaba.
Hemos regresado al taller. A vuelto a encender el horno y abrir unos palos.
- Lo que tu quieras, claro.
Impaciente como un niño, me recuerda que a las seis he quedado en llevarle en el coche a una cita.
Carretera secundaria, sol impío y nube de polvo reseco al aparcar.
- Entra, que te voy a presentar a mi novia.
Los trinos de los pájaros entre los desamparados árboles de la esplanada dejan paso al perfume malo del sórdido local de alterne.
- Dame un euro para un café.
- Y a mi, otro. Y otro para mi amiga la rubia.
Las chicas le han rodeado nada más entrar. El reparte queriendo creerse apreciado y sonriendo con un punto de rubor.
- Te presento a mi amigo.
Su novia me da dos besos mientras le toca la entrepierna a él. No hay otros clientes en el lugar. Las damas van y vienen, hacen corros o miran solitariamente a la pantalla donde se emite el "salsa rosa" de turno. Toca esperar y huele a desidia.
- Vamos a ehar un cigarro fuera.
- Qué chicharrera, al menos en la cueva esa se estaba fresco.
- Déjame veinte euros.
- Vale, pero con eso no te va a llegar para nada.
- Llega. No me des más que me lo gasto.
- Bueno, yo me voy ya, he quedado y no quiero...
- Y yo me quedo. A que me quieran.
Un velo de vaho en las niñas de los ojos traiciona su impostada hombría.
- ¡Ya te los devolveré!
Chozas del Orihuelo (Espiel)
Hace 7 meses